PARMASTEGA AELIDAE, EL ANTEPASADO PERDIDO

El planeta Tierra está en constante movimiento aunque no lo notemos, porque el proceso dura miles de años. Durante este periodo se forman cordilleras, erupcionan volcanes, se unen continentes, surgen nuevos mares y océanos, cambia el clima, se invierten los polos... Estos cambios son los que producen la evolución o desaparición de la especie e innovaciones en la forma de vida, como la fotosíntesis o la adaptación al medio terrestre.

Conocer el pasado nunca ha sido fácil, puesto que los seres vivos no dejan grandes huellas en el planeta, sino pequeños fósiles normalmente fragmentados o incompletos que complican mucho la labor de estudiar el pasado.

Un nuevo estudio realizado por Nature ha revelado un nuevo animal, el Parmastega Aelidae, el tetrápodo más antiguo reconstruido completo que nos permite estudiar un hecho crucial para la historia de los vertebrados, el paso de la vida en los océanos a la vida en los continentes.

Per Erik Ahlberg, el autor de dicho estudio, insiste en la importancia de este descubrimiento porque la única información que tenían era la de los géneros Ichthyostega, Acanthostega y Ventastega, propios del final del Devónico, pero el descubrimiento de esta especie ha cambiado la situación.

Los fósiles que permiten estudiar el paso de animales de los océanos a los continentes, pertenecen, como ha dicho Ahlberg, a épocas finales de dicho periodo. Y los anteriores a éste, están fragmentados, por lo que simplemente se sabe de su existencia; pero no nos informan sobre la morfología de estos animales, de los que simplemente se han recuperado trozos de mandíbulas o miembros aislados.

El fósil de este animal, recoge los huesos de la cabeza completa y parte de la cintura escapular. Por eso el Parmastega Aelidae permite iluminar una fase de la evolución de los tetrápodos de la que se sabía muy poco.

Se sabe que esta especie vivió en una laguna salobre que estaba habitada por una rica fauna de peces primitivos. Los restos han sido recogidos en la formación de Sosnogorsk, unas calizas situadas en el río Izhma, al noroeste de Rusia. Por aquel entonces, no se habían formado los Urales y había un gran océano entre Rusia occidental y Siberia.

Gracias a la naturaleza, unos 100 huesos quedaron instaurados en roca caliza, de las que se pudieron extraer los fósiles gracias a una campaña financiada por National Geographic. Los restos indican que la cabeza del espécimen mayor medía unos 27 cm aproximadamente.

Los científicos afirman que se llegó a parecer a un cocodrilo, pero tenía rasgos comunes con los peces, por lo que probablemente esta criatura no llegó a vivir en tierra firme, sino que fueron sus descendientes los que se aventuraron a dejarla.

Su dentadura estaba formada por fuerte colmillos superiores y pequeños dientes de aguja, es decir, que era un depredador. Sin embargo, la mayor parte de su esqueleto estaba formado por cartílago, que desmiente la idea de que vivió en tierra firme. Además, han encontrado huellas de unos canales que forman la línea lateral, un órgano propio de los peces que les permite captar vibraciones en medios acuáticos.

Por todo esto, se piensa que este animal solo salía del agua para recoger los restos de las presas que cazaba desde el agua y después se volvía a refugiar en ella.

Ahlberg explicó el gran proceso de experimentación adaptiva y ecológica en la orilla del agua durante el devónico defendiendo que, en vez de una salida definitiva, hubieron muchas idas y venidas, y mucha improvisación. Así define la adaptación de los seres vivos en este mundo cambiante.

Fuente: ABC

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