LA RECETA QUÍMICA DEL AMOR

El amor a veces comienza con un flechazo que nos hace sentir mariposas. Puede hacerse adictivo a partir del primer beso y si se llega a un feliz encuentro sexual, la suerte está echada: el amor llega como una ola. Nos cambia por completo y nubla nuestro entendimiento. Nos hace volar desde sentimientos de cariño, euforia y obsesión, al estrés y al desamparo más absoluto cuando falta la persona amada.

El amor puede ser beneficioso a largo plazo, pero cuando rompemos, la sola visión de la expareja en una fotografía puede activar las mismas regiones cerebrales que se estimulan cuando una tira caliente nos hace daño en el brazo. El amor es una fuente de felicidad. Y de dolor.

Esa tormenta de sentimientos tiene una base biológica: un cóctel de hormonas y el baile de varias regiones cerebrales generan respuestas similares a las activadas por la cocaína, los opiáceos o los comportamientos obsesivos. Por si todo esto no fuera suficientemente confuso, resulta que hombres y mujeres tienen, al menos en sus sistemas endocrino y nervioso, distintos conceptos de lo que es el amor, y responden de forma diferente al apego y al sexo.
De la euforia a la calma.

Además, el enamoramiento evoluciona a lo largo del tiempo. Suele comenzar con una etapa de excitación, euforia e inseguridad y le sigue una fase de seguridad, calma y equilibrio. Por último, y varios años después de que comience el idilio, se piensa que el enamoramiento adquiere unas características muy similares a las de la amistad.

Todo esto ha intrigado tanto a los científicos, que se han decidido a estudiar el funcionamiento de las hormonas y la actividad de algunas regiones cerebrales en ese proceso que llamamos amor (del romántico, del que se ve en las películas). Así que, cuando no ha sido posible analizar a los humanos, han estudiado el comportamiento de algunos mamíferos y sus conceptos del amor para intentar aprender más acerca de las personas. Como resultado, y siempre teniendo en cuenta que la psicología, la cultura y la vida social tienen un enorme peso en el comportamiento del ser humano, se han sacado algunas conclusiones que pueden proporcionar algunas pistas acerca del misterio del amor. En primer lugar, las estadísticas dicen que el ser humano se suele comportar como un monógamo seriado que cambia cada cuatro años de pareja. Pero también es verdad que hay parejas que dicen sentir pasión aún después de 20 años de relación y que la monogamia tiene un importante componente social. ¿Por qué nos enamoramos? Hay quienes consideran que el enamoramiento es el equivalente al cortejo de los animales, y que su función es establecer lazos con la pareja mientras dura el cuidado de la descendencia durante los años en que esta es más vulnerable.

Una de las claves de este comportamietno es la fidelidad. Uno de los animales que más puede decir sobre este asunto es el ratón de la pradera, un roedor parecido a un hámster con sobrepeso que vive en América del Norte. Este tiene la costumbre ser fiel a sus pareja incluso hasta después de la muerte. También se caracteriza por esforzarse mucho en proteger a sus crías. Sin embargo, un «pariente» próximo a estos animales y llamado ratón de montaña, hace más bien todo lo contrario. El roedor de la montaña va de flor en flor y no le hace demasiado caso a las crías.

Los científicos han descubierto que estos comportamientos tan diferentes tienen su origen en el cerebro. Más concretamente, resulta que algunas regiones cerebrales de los ratones fieles y monógamos son más sensibles a dos sustancias que funcionan como mensajeros químicos y que se llaman oxitocina y vasopresina. Se ha visto que cuando estos animales «ligan», la oxitocina y la vasopresina se liberan en sus cerebros y les llevan a estrechar lazos con su pareja, pero que cuando se impide que estos mensajeros funcionen, se comportan de forma promiscua. Para asegurarse de la importancia de estas sustancias, los investigadores observaron que los ratones de montaña en los que se había aumentado la sensibilidad a estos compuestos dejaban de ser promiscuos y que se volvían monógamos.

Ahora bien, como los cerebros humanos son mucho más complejos que los cerebros de los ratoncillos, nunca se podrá culpar a la oxitocina por una infidelidad. Pero los investigadores sí han concluido que estas dos sustancias son importantes para establecer lazos de fidelidad y cariño en las parejas humanas. En parte esto ocurre a través de un circuito de recompensa que está detrás de la satisfacción que produce hacer el amor.

Fuente: ABC

Comentarios