
Los descubrimientos acaecidos en la última década han elevado el lisosoma a la categoría de un centro implicado en el control del crecimiento y de la supervivencia de la célula, opina Roberto Zoncu, biólogo celular de la Universidad de California en Berkeley. En un artículo de revisión publicado en el número de septiembre de Journal of Cell Biology, el experto analiza cómo ha cambiado el concepto de este orgánulo.
Como aprenden los estudiantes de bachillerato, el lisosoma es el responsable de la eliminación y del reciclaje de los residuos. En un proceso conocido como autofagia (autodigestión), capta los componentes celulares viejos y grandes moléculas que han dejado de ser útiles, como proteínas, ácidos nucleicos y glúcidos, y los digiere con la ayuda de enzimas y ácidos. La célula reutiliza esas piezas desmontadas como combustible o como elementos de construcción para la síntesis de nuevas moléculas. Entender este proceso es tan importante que el pasado octubre se concedió a Yoshinori Ohsumi el premio Nobel de fisiología o medicina por sus trabajos sobre la autofagia en la década de 1990. Pero al parecer no acaban ahí las facultades del orgánulo.

Esa nueva visión del lisosoma trasciende el ámbito del metabolismo, pues parece también involucrado en la esperanza de vida y la longevidad. Algunos estudios han demostrado que cuando el orgánulo no funciona correctamente, el organismo no vive tanto, tal vez debido a la acumulación de los desechos celulares y de otros residuos. Hay quien comienza a creer que el lisosoma podría ser el culpable de algunas enfermedades neurodegenerativas, a tenor de los estudios de algunos investigadores de la Universidad de Nueva York, que achacan el avance del alzhéimer a un defecto en un gen lisosómico. Si algo dejan en claro todos estos estudios es que el lisosoma ha dejado de ser un elemento sin porvenir. Más bien podría erigirse en el camino para avanzar hacia una nueva generación de medicamentos providenciales.
Fuente: Scientific American
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