¿SE SUICIDAN LOS ANIMALES?

En los años sesenta se dieron dos casos chocantes y similares respecto al trato con delfines.

Margaret Howe Lovett investigaba con un delfín llamado Peter. Desgraciadamente los fondos de su investigación se agotaron y el delfín tuvo que ser trasladado a un tanque muy pequeño donde no era feliz, y no podía ni nadar ni jugar como el resto de delfines.
Un caso similar se dio con el entrenador de delfines Ric O´Barry. Uno de sus delfines, una hembra llamada Kathy, también murió de unos síntomas muy extraños.

Ambos aseguraban que dichos delfines se suicidaron dejando de respirar y renunciando a vivir.


¿Realmente se suicidaron estos infelices animales? ¿Puede la desesperación acabar con sus vidas? ¿Será la ciencia la que responda a nuestras preguntas?

En esta noticia compararemos dos versiones, la versión de la ciencia y las teorías de cuidadores y espectadores que observaron la automutilación de los animales.

Son muchos los animales en los que se dan casos de suicidios. El grupo de los cetáceos presenta una respiración, a diferencia de nosotros, no automática: ellos controlan en su totalidad cada inhalación a la hora de sumergirse o dormir en el agua. Esto explica que puedan dejar de respirar a propósito.

Los delfines son animales con estructuras cerebrales relacionadas con las emociones y otras capacidades asociadas. Son muy inteligentes y sensibles, por lo que no se niega la posibilidad de que quieran desaparecer de este mundo.

En ocasiones las muertes de ballenas, orcas o delfines en la orilla de playas se puede causar por las señales submarinas que dañan y confunden su sistema de ecolocalización, como es el caso de los sonares militares, creando escenas como la de la imagen de abajo, con varamientos masivos de cetáceos.


Existen muchísimos casos de muerte de cetáceos por esta causa.

El estudio llevado a cabo por el Instituto de Biología Marina de Hawai afirma que, aunque la mayoría de los varamientos puedan tener causas naturales no conocidas en profundidad, los ejercicios navales con utilización del sonar explican algunos de ellos, señalando sucesos de muerte y varamiento en Canarias, Hawai y Bahamas.

La respuesta aún sigue siendo un misterio. Para unos, estos suicidios generan curiosidad, para otros son motivo de sospecha, porque no creen que sean realmente suicidios.

El asunto de suicidios con delfines lo analizó por primera vez el historiador romano Plinio, en su libro Naturalis Historiae, una enciclopedia escrita en latín que abarcaba todo tipo de temas sobre lo que hoy conocemos como historia natural. En esta obra Plinio relató la historia del suicidio de un delfín que se negó a respirar tras ver a su amigo morir, un niño con el que había establecido una sincera amistad durante varios años.
Abajo a la izquierda se encuentra una foto de la portada de una edición de 1669.

             

Pero hay más especies implicadas aparte de los cetáceos.
En 1845, la publicación Illustrated London News dio a conocer el interesante caso de un perro Terranova que parecía infeliz  y con síntomas de no tener ganas de vivir.

Los testigos declararon: "el perro se tiró al agua del Támesis y se esforzaba en hundirse manteniendo inmóviles sus patas". La Ciencia respondió a nuestras preguntas de esta forma: existe una famosa historia conocida como ‘puente de los perros suicidas’.

Durante años en un diminuto pueblo del oeste de Escocia, cerca de Glasgow, llamado Milton, muchos de los perros que cruzaban un puente victoriano de la localidad se lanzaban misteriosamente desde el punto más alto al vacío, con actitudes suicidas. Hasta cien ejemplares se suicidaron inexplicablemente en aquel puente durante varias décadas sin que nadie pudiese dar una explicación coherente al comportamiento loco y contagioso. El caso atrajo a charlatanes y
otros oportunistas que ayudaron a fomentar la leyenda para hacer dinero. Pero fue la ciencia la que resolvió el misterio. Debajo de aquel misterioso puente vivía una colonia muy numerosa y agresiva de visón americano, se había apropiado de la zona años atrás y confundía a los perros. Estos mamíferos tienen unas glándulas que segregan una potente sustancia para marcar su territorio que vuelve locos a los canes, sobre todo a los de hocico grande: labradores, Collies, y Golden Retrievers... precisamente los que más saltaban. El diseño del puente, muy angosto en la zona, hacía que el olor se concentrara justo debajo de su ojo central. Los puntos ciegos y altos del puente hicieron el resto: impedían la visión y la percepción del vacío a los animales que se volvían locos por la fuerte fragancia y acababan saltando desconcertados en busca del origen. No se suicidaban, simplemente respondían a su instinto cazador.

Pero en la mayoría de veces es muerte por inanición, al perder a un ser querido.
Existen casos de guacamayos, elefantes y chimpancés que, al perder a su pareja o amigo, la tristeza los inunda, y la melancolía y dolor hacen que les produzca depresión.

Encontramos muchos factores parecidos de suicidios entre hombres y animales.

Factores como el hacinamiento, el aislamiento o la separación pueden hacer emerger comportamientos en los que los animales se ponen en riesgo a sí mismos.

Sobre estos hayamos evidencias muy reveladoras. Por ejemplo, los síntomas previos a un suicidio son idénticos en animales y humanos: ansiedad, pánico y aislamiento.

En estas situaciones, los animales y personas se hacen daño a sí mismos. Se golpean la cabeza sin parar una y otra vez, se arrancan el pelo o la piel.

Precisamente, los caballos, conejos y ratas que sufren de ansiedad se automutilan, sobre todo justo antes de la madurez, como ocurre con los adolescentes, el grupo más vulnerable a los suicidios.

Como es lógico, la ciencia se antepone ante estos ideales.

Los animales pueden tener comportamientos autodestructivos causados por el estrés, la fatiga o la tristeza. Estos comportamientos pueden desembocar en la muerte por falta de cuidado o degeneración de una enfermedad asociada. Pero lo que los biólogos no tienen tan claro es que haya una conciencia animal de las consecuencias asociadas a esa dejadez conductual.
Pongamos un ejemplo. El perro se siente triste y no comerá, pero no sabe que eso le puede llevar a la muerte. Simplemente, la manifestación de esa tristeza es un mecanismo gestual para buscar cariño en sus semejantes o cuidadores. Más bien son comportamientos asociados a instrucciones construidas en su código genético que funcionan como mecanismo de supervivencia.

Otros caso diferente es el pulgón del guisante.

Este animal posee unas glándulas internas que le permiten suicidarse voluntariamente  mediante una explosión de todo su cuerpo cuando sea necesario.

En realidad el pulgón utiliza esta estrategia cuando se siente amenazado por las mariquitas. Un pulgón se suicida para que los demás escapen y sus compañeros se salven.

Es el suicidio social que utilizan muchas especies para proteger sus colonias o a sus parejas, muy alejado y diferente del suicidio que entendemos los humanos.

La inteligencia animal es increíble. Existen animales en los que estas instrucciones genéticas parecen auténticos manuales de suicidio diseñados por humanos.

Es el caso del tarsero. Con unos grandes ojos hipnotizadores, muy asustadizo y nervioso, se tortura dándose golpes en la cabeza contra el suelo en cuanto se le enjaula o se le priva de libertad. Sin embargo no duda tampoco en sumergir su cabeza en agua hasta la muerte cuando se siente encerrado o amenazado, es decir, el animal no quiere morir. Este comportamiento hace casi imposible su supervivencia y cría en cautividad, solo en gigantescos recintos donde se sienta a gusto, como en la selva, donde puede prosperar su cría. Aun así, la esperanza de vida de estos animales en estas  condiciones se rebaja drásticamente a la mitad.

La ciencia nos cuenta que las emociones básicas que sienten nuestras mascotas -tristeza, felicidad o miedo- pueden degenerar en un estrés mortal que se asemeje a una voluntad suicida... pero es irreal.

El concepto de muerte es un pensamiento muy sofisticado para que lo entienda un animal. Los animales no pueden suicidarse porque no lo pueden premeditar.

Pueden matarse como consecuencia de una conducta innata marcada en sus genes o imitando un comportamiento de algún semejante pero no pueden planear un suicidio si no entienden o no tienen consciencia de lo que es realmente la muerte y sus consecuencias.

El suicido animal responde siempre a una respuesta natural e instintiva a las condiciones extremas que marcan su existencia.

Aunque todavía nos falta mucho por averiguar, no se descarta la posibilidad de que algunos animales, en ciertas situaciones de comportamiento, nos recuerdan al suicidio humano.

¿Tú qué opinas? ¿La ciencia nos dará siempre la respuesta? ¿O existen comportamientos y sentimientos que nunca podremos averiguar?

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