TODOS TENÍAN RAZÓN Y TODOS ESTABAN EQUIVOCADOS.


El siglo XIX se consideró el periodo en el que se formularon las leyes básicas de las ciencias naturales y se cuantificaron muchos procesos de la naturaleza. Uno de los temas principales debate fue el de la edad de la Tierra y, por la tanto, de nuestro sol. Ambos debían tener una edad similar ya que se habrían formado en un mismo proceso.
Durante siglos, la Biblia fue la única herramienta para el estudio. Por lo tanto no es extraño que el clérigo irlandés James Ussher, fijaba el origen de la Tierra en el 4004 a.C.

Sin embargo, a principios del siglo XIX, algunas voces señalaban que la tierra era mas antigua. Geólogos como James Hutton y Charles Lyell estimaban que se necesitban cientos de millones de años para formarse los sedimentos. La teoría de la evolución de Charles Darwin precisaba un periodo mucho mas prolongado, unos 300 millones de años para que las especies pudiesen evolucionar.

Lord Kelvin estimó que nuestro planeta tenia de edad unos 40 millones de años. Otro filósofo de la naturaleza, el físico William Thompson, formuló el segundo principio de la termodinámica y estableció la escala absoluta de la temperatura. Reconocido por sus compatriotas, la reina Victoria lo ennobleció con el titulo de Lord kelvin. Para estimar la edad de la Tierra, Kelvin se pregunto por las fuentes de energía disponibles y cómo estas se habían ido disipando con el tiempo. Supuso que, en su estado general, la Tierra era una esfera de hierro fundida calentada durante su fase de formación y que se había ido enfriando desde entonces. Para calcular este tiempo , aplicó la ley de conducción de calor, en la que se suponía que la temperatura inicial de unos 2000 grados, así estimó la edad de nuestro planeta en unos 40 millones de años.

Sin embargo, faltaba un factor sorpresa para resolver esta discusión: la radioactividad. Descubierra por el francés Henri Becquerel en 1896 y explicada por el neozelandés Ernest Rutherford en 1902, iba a significar una fuente de energía a la escala del núcleo de los átomos. En nuestro debate resultaba un ingrediente inesperado.
El 20 de mayo de 1904, el joven Rutherford pronuncio una conferencia en la Royal Institution de Gran Bretaña, ante 800 personas, sobre la estructura de los átomos, y contaba así sus impresiones sobre el ambiente que allí reinaba.

Hoy en día sabemos que la inclusion de la radioactividad como nuevo aporte al calor terrestre no cambia de forma importante los calculos de Kelvin. Unos años antes, 1895, John Perry ya había advertido que la Tierra distaba mucho de ser una bola rígida. La viscosidad del manto terrestre retrasaría la disposición del calor terrestre, y con ello, aumentaría la edad del planeta. En cambio, la radioactividad resultaría fundamental para explicar cómo el Sol había estado brillando durante un tiempo que se empezaba a estimar de miles de millones de años. La famosa ecuación propuesta por Albert Einstein en 1905, sería el primer paso. Y, en 1928, Arthur Eddington postularón que el Sol produce su energía mediante la transformación de hidrógeno en helio , proceso en el que una parte de la masa se convierte en energía.

En cuanto Sol, faltaba un marcador directo de su edad y las estimaciones teóricas diferian de los meteoritos. Recientemente, la medida precisa de la abundancia del hielo en el interior del sol mediante de la Helíosismología ha permitido compaginar ambos campos. Los físicos habían finalizado el debate, pero no había ni vencedores ni vencidps. Sin embargp, el problema estaba lejos de resolverse. La idea de Rutherford era el inicio, pero hubo que esperar a que Arthur Holmes desarrollarse la técnica del fechado radiométrico en 1913 y a que Claire Patterson la aplicase a meteoritos en 1956, con un resultado de 4.555 millones de años. Tantos debates habían sido necesarios para que, en solo un siglo, la edad de la Tierra se elevara de unos simples miles a miles de millones de años.

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