Entre otras cosas, esto permite especular con que puedan darse en otros cuerpos celestes las condiciones de habitabilidad necesarias para que surja la vida. A la espera de que algún día logremos constatarlo, el conocimiento científico que vayamos acumulando sobre las atmósferas alienígenas también nos ayudará a comprender mejor el comportamiento de la nuestra y su relación con el cambio climático.
Así, la atmósfera de Venus, el planeta más cercano a la Tierra, no solo es muy distinta a la nuestra, sino que esconde un auténtico infierno. Una densa y opresora mezcla de gases, compuesta en un 96 % por CO2, provoca un brutal efecto invernadero.
Con una temperatura casi invariable de unos 460 ºC en prácticamente cualquier punto de su superficie y una presión atmosférica en la misma noventa veces mayor que la terrestre, es difícil concebir un lugar más hostil e incompatible con la vida, al menos tal y como la conocemos. Por si fuera poco, en la alta atmósfera de Venus es posible encontrar flotando gotitas de ácidos sulfúrico y clorhídrico.
Además, aunque el planeta gira muy lentamente, las capas nubosas superiores están dotadas de una especie de superrotación, de manera que se desplazan a grandísimas velocidades con respecto al suelo.
Las cosas son muy distintas a unos cuantos cientos de millones de kilómetros, en otro de nuestros vecinos cósmicos, Marte. Al igual que la de Venus, su atmósfera también está compuesta mayoritariamente por CO2 –un 95,3 %–, pero es muchísimo más tenue, lo que da como resultado un efecto invernadero casi testimonial.
En la superficie marciana se dan grandes contrastes de temperatura entre el día y la noche, con diferencias de hasta cien grados entre máximas y mínimas. La presión atmosférica es, además, muy baja: apenas siete hectopascales frente a los 1.013 que se dan de promedio en la Tierra a nivel del mar. Aunque en el mundo vecino hay también vapor de agua, existe en muy pequeña y variable proporción.
Esto no impide que se formen nubes con relativa facilidad, si bien las que más abundan son las de polvo, generadas por enormes tormentas. En ocasiones, estas llegan a cubrir buena parte del planeta durante meses.
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